26/08/2023 | Editorial de la Revista Compromiso edición N°80. Por Prof. Norberto Gutierrez, secretario general de APUTN.
Con letra de Marcela Zanetti y música de Mónica Tirabasso, somos muchos los que, en nuestros años escolares, cantamos con el pecho inflado de ilusión “celeste y blanco en mi corazón”, en una de las muchas (y hermosas) canciones patrias con las que empezábamos a forjar nuestra identidad.
Los años, luego, fueron sumando capas que, por un lado, acentuaban nuestro sentido de pertenencia a “ese dolor que aún no sabe su nombre”, que es como a Leopoldo Marechal le gustaba nombrar al misterio entrañable que nos gusta llamar patria; y, por el otro, le agregábamos nuestro compromiso, nuestras elecciones, nuestro incansable empeño por reconocernos en ella con el orgullo de saberla libre, justa y soberana.
Hasta mediados del siglo pasado, la pregunta acerca de la patria era difícil de responder. El país del Centenario había desdibujado por completo el sueño de los héroes y las heroínas de la independencia, para encerrar al país en una lógica agroexportadora, buena para una oligarquía de un puñado de familias (que antes habían sido beneficiadas con el reparto de la tierra, expropiada a sus dueños originales) y mala para la abrumadora mayoría de la sociedad profunda, sometida a una vida sin dignidad y sin derechos.
Fue a partir de 1943, desde una Secretaría de Estado que, por primera vez en nuestra historia, lo que se paró sobre sus pies fue un país. Ya en 1945, desde la presidencia de la nación, se impulsaron políticas que promovieron la industrialización, la expansión del mercado interno, la sindicalización de los trabajadores y la ampliación de derechos políticos, laborales, culturales y sociales. Se sancionó la ley de voto femenino que estableció el sufragio universal en Argentina. El crecimiento económico, la distribución del ingreso y la expansión industrial registraban índices que no tenían precedentes, sumado ello a la cancelación de una deuda externa vergonzosa, heredada de quienes quisieron vendernos a las potencias extranjeras. La nacionalización de los servicios públicos y una distribución del ingreso que alcanzaba el cincuenta por ciento para los trabajadores: si nunca antes las canciones patrias nos habían inflado tanto el pecho, es porque solo entonces comenzamos a sentirnos orgullosamente argentinos.
La gratuidad y el acceso irrestricto a la universidad pública, con la creación de la Universidad Obrera Nacional (UON), son jalones particularmente conmovedores para la familia tecnológica. El 19 de agosto de 1948 el Congreso de la Nación de la sancionaba la ley 13229 que crea la UON, antecedente histórico de la Universidad Tecnológica Nacional: 75 años de historia.
Quizá se pregunten, llegados a este punto, qué razones tenemos para acentuar la cuestión patria en este artículo con el que nos damos el gusto de conversar con cada uno de ustedes. Pues bien, porque en este agosto, lo que empieza a ponerse en juego es, precisamente, esa construcción histórica entrañable que es la patria.
En estos días se celebraron las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias y ahora, en apenas unas horas, los Nodocentes tecnológicos tendremos la oportunidad de votar, también, una nueva Comisión Directiva de APUTN. Cuando pensaba en que es en el mismo agosto que se definen cosas tan importantes para el país y para nuestra realidad como trabajadores de la familia tecnológica, comprendía más cabalmente que no se trata de una mera coincidencia. Este agosto y el próximo octubre se tiñen de celeste y blanco porque lo que está en juego es la patria.
Con errores y con aciertos. Con muchas cosas para corregir y mejorar y con otras para defender con uñas y dientes, de un lado tenemos una tradición nacionalpopular que nos dio un país, produjo el más profundo y virtuoso proceso de reconocimiento de derechos y de dignidad para los trabajadores, consolidó los principios de justicia y de igualdad y se compromete a defenderlos. Y, del otro, el aviso desembozado de atacar todos y cada uno de esos logros con la amenaza explícita de sembrar nuestro suelo de represión y muerte para hacer cierto su propósito de volver a un pasado de penurias, de dolor y de desamparo. Lo dijeron con todas las letras: “venimos a terminar con esa aberración que es la justicia social”.
Por eso les hacemos este llamado: el de votar con el celeste y blanco de nuestra esperanza para hacer cierta —porque ya fuimos capaces de lograrlo en circunstancias no menos dramáticas— la dignidad que solo los trabajadores podemos conseguir, de una patria justa, libre y soberana, sin ataduras externas, con nuestros insobornables principios de solidaridad, unidad y organización.
Lo hicimos en nuestro querido gremio en todos estos años de compromiso común. Aportemos nuestro grano de esperanza para hacerlo cierto, también, para el país que nunca dejaremos de soñar.